miércoles, 27 de noviembre de 2013

Cuentos de Barrio: Las Crías de la Fortuna

Las Crías de la Fortuna
son peinadas dulcemente por sus criadas,
acicaladas y fielmente alistadas.
Huelen bien, visten bien,
mas se burlan con desdén

de Las Hijas de la Tierra,
quienes llevan deshilachadas las pecheras.
Ellas solas se lamen las heridas,
desdentadas, despeinadas,
se echan agua fría en la cara
y emprenden la mañana.

Las Crías de la Fortuna
se alaban entre sí sus torpezas,
compiten airadas por sus monedas.
Se tapan, se engañan,
mas se pudren en su mascarada.

Las Hijas de la Tierra
llenan sus carencias de fortaleza,
destilan con sudor la aspereza.
Se caen, se levantan,
mas tardía siempre comienza su velada.

Las Crías de la Fortuna
de la Tierra pretenden ser dueñas,
mas Las Hijas de la Tierra
corren, vuelan,
para de las nubes ser sus compañeras.


Enlaces de interés
http://saltandocharcosburgos.blogspot.com.es/2013/09/solidaridad-con-dani-ex-trabajador-de.html
http://www.infanciahoy.com/despachos.asp?cod_des=10257&ID_Seccion=92
http://www.atresplayer.com/television/programas/encarcelados/temporada-1/capitulo-11-otra-cara-infierno_2013112100379.html

jueves, 3 de enero de 2013

Cuento de Barrio: Carta desde Carabias.

Queridas hijas:

Espero que estéis pasando unas muy felices fiestas. No me voy a andar con muchos preámbulos porque os preguntaréis que qué me pasa, que qué es lo que me ha hecho marcharme sin dar explicación alguna. Sé, por vuestros mensajes en el buzón de voz, que sabéis que estoy en en el Pueblo. No podía ser de otra forma...No obstante, no os he querido contestar, no porque esté enfadada con vosotras, sino porque quería que el tiempo avanzara mientras os hacía llegar esta carta. Ya sé que estaréis pensando que no cuesta descolgar el teléfono, que debe ser porque chocheo, quizá algo de razón tenéis, pero todavía me queda cierta lucidez. Además estaba tranquila porque se que vuestro tío Jose Antonio os ha dicho que estoy bien. Hijas mías es sólo que a veces lo que uno tiene que decir es importante y merece la pena hacerse antes un poco de silencio para darle teatralidad y profundidad a las palabras que uno quiere expresar. A parte sabéis que no soy una mujer de palabra fácil. No me gusta la conversación vana. 
La tarde del 20 de diciembre, sentada en el sofá viendo algún programa insufrible de éstos que me hacéis ver por las tardes en los que las alcahuetas chillan como cotorras hambrientas, me sentí sola, decrépita y poco querida. Fue entonces cuando me decidí. Mientras aún me quedara la reminiscencia de las fuerzas que me hicieron salir adelante cuando era una chiquilla huérfana, cogería un autobús y me volvería a mi tierra, a Carabias
Deseaba caminar por esas calles empedradas por donde paseaba con vuestro padre, que en paz descanse. Y meditar con el sosiego que provoca en estas viejas carnes la oscuridad húmeda de las paredes de su iglesia románica. Si, necesitaba ese respiro cerca de Dios para que él me aconsejara. Ya sé que nos os gusta oír esto, que pensáis que es un pérdida de tiempo el rezar. Cosas de viejas, me decís. Demasiado tradicional para mis niñas modernas. - Respetad las costumbres de vuestra madre, que no sabe vivir de otra forma-  ¿os acordáis que esto os decía vuestro padre? 
En efecto hijas mías, necesitaba estar en mi refugio para aislarme y pensar cómo os podía decir, cómo os podía explicar aquello que, a veces, hace que me hierva  la sangre. Y no he sabido hacerlo mejor que con estas palabras escritas a la antigua usanza. Sé que os incomodo, sé que molesto, sé que os quito tiempo con las torpezas propias de mi edad. Me recrimináis que no quiera levantarme temprano, poniéndome de excusa que no quiero ayudaros con la casa, que no quiero cocinar. Deciros hijas, que nunca me gustaron esas tareas, como es bien sabido por vosotras, entonces no le exijáis a esta vieja que haga casi en muerte lo que no le gustó hacer en plenitud. Me reprocháis mi aspecto: mis ropas oscuras, negras, por el riguroso luto que aún guardo a vuestro padre. Me reprocháis mis cabellos, grises como el cielo de Carabias cuando quieren caer las primeras lluvias de noviembre. Me decís - ¡Madre, arréglese, que nos pone en evidencia con esos pelos que parece la la loca de los gatos! Puesta esta loca de los gatos en cierta forma no quiere estar alegre, no tiene ganas de reír, de conversar, tampoco de ser agradable. Este trasto viejo, pese a haber sobrevivido a una dura Guerra Civil, ya no tiene fuerzas, y menos desde que murió vuestro padre. He perdido el rumbo y el sentido de vivir. 
Hijas,  no os quiero entorpecer más, ni haceros infelices con mis complicaciones de anciana.
Disfrutad de lo que queda de Navidad, de la Fiesta del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo.
Mi corazón será por siempre vuestro. Decidles a mis nietos que su Abu les quiere, y que siempre los llevará en su corazón.
Me quedo sola, mirándole a los ojos a la Muerte.

Os quiere, Mamá.



sábado, 17 de noviembre de 2012

Cuentos de Barrio: Un fantasma recorre Europa.

Repiqueteaba su bolígrafo azul Bic, mordisqueado a más no poder en su borde final. Intentaba reproducir el redoble de batería del estribillo de 'Love me do' de The Beatles que le había hecho las veces de banda sonora durante toda la mañana. Apenas podía discernir lo que sus oídos se tomaban la molestia de captar, no obstante, una sonoras palabras invadieron huecamente el aula e interrumpieron la melodía del bolígrafo:
"Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes."
- 'Un fantasma recorre Europa' - dijo Cintia ensimismada desde su pupitre. -Si señorita, lo ha repetido usted muy bien, ahora ¿puede hacernos el favor de explicarnos a toda la clase quién escribió el Manifiesto Comunista?- inquirió la profesora con cierto desdén provocado por el embobamiento al que la chica le tenía acostumbrada. - Pueees, eeeeeh, a ver, no estoy muy segura perooo, me parece que fueron los hermanos Marx, ¿no?- La clase contestó a Cintia con una esperpéntica risotada que agravó la jaqueca que ésta empezaba a padecer. 
Después de este embarazoso inciso la clase continuó en una suerte de universo paralelo para la alumna, que se había quedado meditando en la frase que le había puesto los pelos de punta. Recordó al fin por qué le causaban tanto estupor aquellas palabras, su padre hacía un mes que no volvía a su casa desde que tuvo una acalorada discusión con su madre:
- Maldita sea Marta, ¡cojones! estoy hasta la coronilla de que el cabrón de mi jefe me mande de viaje a tomar por culo cada vez que le viene en gana, y tu lo único de lo que eres capaz es de recriminarme que te sientes sola, de que si que no puedes más, que si que con los dos chiquillos y tu curro tienes mucho agobio, que si que me echas de menos. De verdad, si no fuera por el maldito fantasma que recorre Europa, las cosas serían mucho más fáciles para los dos...- Tras estas palabras recuerda Cintia que su madre comenzó a llorar durante unos minutos que parecían no tener fin. Nunca había visto ni oído a su madre llorar, era una mujer recta, cariñosa pero seria y muy práctica, de las que no se andan con niñerías. Sin embargo desde que Ernesto, su padre, no hacía otra cosa que viajar, Marta no tenía las mismas energías. Cintia pensaba que este cambio podría estar relacionado también, con la falta de dinero que veía reflejada en cada  rincón de su casa  desde hace una año. - Joder, tía en serio, yo se que no debería pedir más pero es que con 10 euros de paga  me llega para el paquete de tabaco y un par de cervezas- se quejaba frecuentemente a su amiga Vanesa. 
-¿Que habrá querido decir mi padre?- seguía Cintia con su tema a la salida de clase, sus compañeros la miraron con extrañeza ya que últimamente decía algún que otro disparate que ellos no entendían. Dejó a su espalda el instituto salesiano que sus padres aún le podían pagar y se dispuso a volver a su casa dando un rodeo. Comenzó a bajar por Ronda de Atocha atraída por un fuerte clamor que le produjo curiosidad:
- "El pueblo unido jamás será vencido" - coreaba la multitud que subía encendida por la calle. - "No es una crisis, es una estafa"- espetaba un hombre de unos 50 años de edad, de voz ronca y ajada, el resto le siguió gritando la misma consigna. Cintia nunca había estado en una manifestación. La muchedumbre la empezó a envolver. Bajó el volumen de su iPod, ya que entre tanto grito y tanta consigna no oía apenas la música. Algo despeinada, sus cabellos rubios algo ondulados y su atuendo de uniforme con falda a cuadros hicieron que no pasara desapercibida entre la gente. Un grupo de chicos y chicas con aspecto callejero pasó por su lado, uno de ellos le gritó:
-¡Tú, zorra pija de mierda, a ver si te rompes tus putas medias arrodillándote para hacerme una mamada!- el resto se río, felicitando la ocurrencia del que parecía su líder. Cintia continuó, un tanto ajena al comentario. El mismo tipo que profirió tales palabras comenzó a tirar de unas vallas que separaban a la hilera de policías encargados de vigilar a la masa de gente que se había concentrado en la manifestación. La policía respondió con unas salvas que no mitigaron la violencia del grupo.Sus lacayos comenzaron a tirar piedras hacía las patrullas,  Se hizo el caos. La batalla campal estalló sin importar dónde ni contra quién. Cintia no entendía nada. Vio como el gentío corría en su misma dirección. Asustada se arrancó los cascos de cuajo y tiró la carpeta al suelo para poder correr mejor. De repente, se oyó un disparo. Por unos instantes se hizo un  agudo silencio. Una mujer gritó - allí en el suelo, es sólo una niña-. 
El cuerpo yacía en la acera, un hilo de sangre se derramaba por un oído. Ya sólo se escuchaba la última canción que reproduciría su iPod: Sunday Bloody Sunday, de U2.

jueves, 26 de julio de 2012

El Niño Escoria (Parte 2)



Era martes 25 de febrero. O al menos eso recuerda Patricia que ponía en su radio despertador aquel día. Como de costumbre, cumplía su función automáticamente a las 06:00 am conectando con su emisora favorita que abría cada hora de la mañana con un estridente kakareo, afortunadamente ese día pinchó “Have a nice days” de Bon Jovi al ser la canción número uno de la semana. Lo que hizo que Patricia comenzara el día con buen humor al recordar que ya tenía las entradas para próximo concierto del grupo. Su madre la apodaba La Tiquití, porque decía que cuando tenía prisa ese era el ruido que emitían sus cortos pero veloces pasos, de esta guisa comenzó a arreglarse para ir al trabajo mientras tomaba una taza de café que siempre se dejaba a medias, manía que no se explicaba a si misma ya que no dependía de la cantidad con la que llenara su taza. ¡Ay su trabajo! Aquel sitio donde la esperaba una intensa jornada llena de pequeñísimas multitareas imprescindibles para el bienestar de la oficina. A ella le gustaba decir que su trabajo consistía en convertirse en un duendecillo mágico: rápido e invisible. Aceptó su puesto de auxiliar administrativo hacía un par de años por el simple motivo de que no requería un gran esfuerzo físico ni demasiado estrés, tampoco requería una alta dosis de responsabilidad, en realidad no implicaba demasiado de nada - pero tal y como están las cosas está bien pagado mamá – se había justificado ante su progenitora quien siempre la miraba con una suerte de mal pálpito cada vez que le comunicaba una decisión.
Intentaba concentrarse en la lectura de la última novela que compró a primeros de mes. Era su ritual, una vez tenía en su poder su ansiado y ajustado sueldo, corría a la Gran Vía de Madrid en busca de la novela más  gruesa y pesada que encontrase. Le gustaban, no tanto por la temática, que esta vez tocaba histórica, sino más bien por intentar aparentar un perfil de mujer intelectual; imagen que siempre intentaba marcar comprándose las gafas de pastas más anchas, cuadradas y negras que encontraba en la óptica, su pelo largo y poco cuidado, aunque con un sempiterno y perfilado flequillo recto. Su estilo de vestir todo lo casual que le permitía el tipo de trabajo que desempeñaba. Su tamaño menudo y su belleza camuflada con mucho afán por su propia personalidad hacía que fuera con frecuencia un blanco certero de empujones, traspiés y codazos en el metro que solía coger en plena hora punta. Nada más pasar la primera estación fue víctima de uno de estos codazos con tan mala suerte que su pesado libro se le cayó encima de sus pies.
- ¡Joder!, ¡pero qué daño me has hecho!, por Dios como duele…
- ¡Ay! Disculpa. Qué faena, no era mi intención, es que tengo tanta prisa que…no miro por donde paso…permíteme que te ayude.- Le devolvió el libro entregándoselo como si de una delicada antigualla se tratara.
- Bueno, no pasa nada…aunque me duele muchísimo, creo que puedo tener una fisura en alguno de los dedos del pie derecho, porque me duele demasiado al doblar el pie hacia delante.
- Supongo que el saber si debe ocupar lugar, porque con lo grande que es ese libro no me extraña que te haya hecho daño. – Patricia cuando se enfadaba parecía, pese a lo menuda que es, un ogro gigante con sed de sangre. De ese calibre fue la mirada que se incrustó en los ojos de este desconocido.- Es broma mujer, de veras que lo siento, si puedo hacer algo por ti…
- No te preocupes, no me queda nada para llegar a mi trabajo…me tengo que bajar en la siguiente parada.
- Anda, hoy estoy de suerte yo también me bajo ahora. ¿Trabajas por aquí cerca entonces?
- Si en el parque empresarial.
- ¡Qué bien! Precisamente iba tan deprisa para coger la puerta que me hiciera andar menos. Tengo una entrevista en una de las empresas que están alojadas allí. Decidido, te acompaño por lo menos a la puerta del parque. Me parece que no llegaré tarde después de todo. Bueno, creo que deberíamos presentarnos. Me llamo Enrique…
- Patricia. –Se vieron interrumpidos por la rutinaria locución: “Próxima estación…”Andando con ciertas dificultades Patricia y Enrique llegaron al centro empresarial. Se despidieron. Justo cuando estaban a punto de tomar cada uno su camino dice, con la voz algo entrecortada, Enrique:
- Patricia, disculpa, ya sé que no nos conocemos, pero si quisieras que quedáramos un día, te invito a comer, me siento que estoy en deuda contigo, apenas puedes mover el pie. Bueno te doy mi tarjeta, así lo dejo en tus manos.
- Te prometo que lo pensaré. Por cierto, suerte con esa entrevista.
- Me vale, gracias.
Patricia no pudo evitar echarle un vistazo a la tarjeta. Después de todo el tipo era simpático, iba trajeado y tenía un buen culo, pensó. Además tenía un pelo perfecto, castaño, ligeramente capeado a navaja, con unas entradas interesantes y unos penetrantes ojos verdes. Veredicto: impecable. La tarjeta era sencilla y concisa. Fondo blanco y letra Times New Roman negra. No necesitaba más. Software Engineer. Madre mía, suspiró. No parece un freaky. Pero me ha machaco el pie, se dijo. ¿De todas formas qué demonios pretende? ¿tan presumido es que va fardando con la tarjetita? ‘Estoy en deuda contigo. Lo dejo en tus manos’ dijo en voz alta con cierto rintintín. Pues si se piensa que le voy a llamar sólo porque tiene un buen culo, va trajeado, y es ingeniero lo lleva claro. Don perfecto. 

sábado, 21 de julio de 2012

Málaga. 6:20 a.m.


Calor. La noche era muy densa y se mascaba un fuerte olor a sal y calima. Una corriente de polvo enturbiaba el ambiente  y lo hacía aún más inexplicable y agobiante. ¡Estamos sedientos de ron y sexo! Ese era nuestro grito de guerra. Tanto es así que desprendíamos atractivo natural, casi sudábamos con olor a Mojito. Málaga estaba teñida de cal y arena por todos los rincones, y nosotros queríamos exprimirla al máximo. Por fin habíamos terminado la carrera, tanto esfuerzo, tantos exámenes, tanto agobio, tenía un estrés acumulado que hizo que el último cuatrimestre tuviera que darme tres sesiones de fisioterapia por el dolor de espalda que tenía, siempre se me cogían los nervios a los músculos. Y es que no es fácil licenciarse con 14 asignaturas en el último cuatrimestre...Pero no recordemos esos aburridos momentos. Como iba diciendo, por fin éramos libres, nos merecíamos esas vacaciones y pasarlo bien. Quién sabe si quizá iban a ser las últimas vacaciones que pasáramos juntos. Todo el mundo dice que es muy complicado mantener las amistades de universidad, pero de momento no me lo planteo, este viaje nos ha unido de una forma en la que jamás hubiéramos pensado. Pero nos unió, aunque necesito alejarme de ellos por un tiempo. 
Esa noche era la fiesta grande, el sábado se intuía por todas partes. Era nuestra última noche allí y queríamos que fuera perfecta. Estábamos guapísimos y decidimos beber en la playa antes de irnos a la discoteca. Todas llevábamos bikini por debajo del vestido por si queríamos bañarnos en el mar. Había que despedirse de ese sitio por lo alto ya que lo que nos esperaba era volver a las grises calles de Madrid currículo en mano y sonrisa forzada en la cara. Yo había decidido ponerme ese vestido blanco que tanto me favorecía, con mucho escote y bikini amarillo para resaltar el tono moreno, algo dorado, que había cogido en esa semana de asueto. Desplegamos un mantel viejo para no rebozarnos en la arena y comenzamos a beber lo que a mi me gustaba llamar Cubalibres, siempre que lo decía mis amigos se reían de mi y me llamaban 'pija', sólo porque ellos lo llamaban cubata, ¡qué pesados! Empezábamos a tener una borrachera considerable, cuando de pronto comenzó a sonar una agradable música que nos encandiló a todos...Nos giramos y vimos que se habían colocado a escasos metros de nosotros una banda de rumba, eran cuatro músicos de unos 25 a 30 años aproximadamente. El fresco sonido de la voz del cantante me cautivó. No podía dejar de mirar sus bonitos ojos verdes enmarcados en unas cejas negras perfectas. Su media melena negra y capeada se agitaba con la brisa marina al son de la música. Todos nos animamos aún más y pensamos que esa noche iba a ser perfecta.
Con la música de fondo, pasamos de los Cubalibres a los Mojitos y empezamos a desfasar y bailar descontroladamente en la arena de la playa. Sara, que se había percatado de mi interés por el cantante, me retó a meternos al agua, estábamos tan borrachas que sin pensarlo nos vimos copa en mano cubiertas por las aguas del mar. No nos quitamos ni el vestido. Como era de esperar captamos la atención del grupo. Él me dedicó una sonrisa y continuó con su oficio. Mi amiga le guiñó el ojo al guitarrista, siempre era más descarada que yo. Entre risas nos terminamos la copa y con ciertas dificultades salimos del agua a la velocidad que el alcohol nos permitía. Nuestra sorpresa fue grande cuando nos dimos cuenta de que el grupo se había acercado a donde estaban nuestros amigos y se encontraban todos juntos y revueltos bebiendo. Supimos en ese mismo instante que el causante de tal reunión sería seguramente Rober, persona hipersociable donde las haya, que con tal de que siguieran tocando para nosotros seguro que les invitó a una copa de ron. Cuando le vi más de cerca me puse colorada. Empecé a ser consciente de mis misma y del numerito que estaba montando al salir del agua de esa guisa...se me transparentaba todo seguro. Tomé asiento y saludé.
Acto seguido hablamos y hablamos sin parar...el alcohol siempre me ha hecho que hable sin descanso, y los nervios también, y en ese momento tenía mucho de las dos cosas. Estaba convencida que él sabía que me gustaba hasta decir basta. De repente dijo Laura: 
-¡Ey! ya va siendo hora de irnos a la discoteca...que a este paso acabaremos pagando la entrada...
Todos se levantaron un poco a regañadientes, yo no me quería ir, estaba tan agusto con Eric...me decidí y les dije que ya les alcanzaríamos. El resto del grupo, Chus, Fernando y Toni se fueron por su lado y mis amigos camino de la discoteca donde debería haber ido más tarde.
En cuanto nos vimos solos, Eric me retiró el cabello hacía tras y sin mediar palabra comenzó a besarme el cuello. Desde ese primer beso sabía que sucumbiría. Nos besamos lenta pero intensamente en los labios. Sentí como todo mi cuerpo se estremecía al estar en contacto con su piel, su pelo y perfume que se me quedará grabado por siempre. Yo debía de oler a agua salada, todavía tenía el vestido húmedo. Con un inteligente movimiento de dedos me desató la tira del cuello del bikini. Y comenzó a juguetear entre mis pechos con la prenda de baño que se deslizaba por mi escote, huyendo de aquellos rincones. Al fin me lo quitó. Después pretendía hacer lo mismo con la parte de abajo mientras deslizaba sus manos decidido y con firmeza escalando entre mis piernas. Analizando las posibilidades que teníamos y lo concurrida que estaba la playa le frené las manos en seco y le dije que por qué no continuábamos con todo aquello en la habitación de hotel que compartía con mis amigos. - Estará vacía toda la noche- le susurré al oído mordisqueando el lóbulo de su oreja. 
Afortunadamente el hotel estaba a 10 minutos andando, aunque se me antojaron eternos, tales eran las ganas de estar a solas con él. Pasamos por un callejón oscuro que daba acceso a la playa a través de unas escaleras. Allí, a riesgo de que nos vieran, me empotró contra la pared, agarró mi pierna derecha y rápidamente introdujo su mano dentro de la braga de mi bikini, produciéndome un fuerte placer. No podíamos parar de rozarnos. Terminó por arrancarme la braga, pero justo en ese momento oímos unos pasos, decidimos parar y seguir el camino que nos quedaba hasta llegar a la habitación. Pasamos por la enorme recepción del hotel entre risas. La habitación estaba en el séptimo piso, así que el viaje en el ascensor tuvo como resultado que me tuviera que recolocar el vestido antes de que se abrieran las puertas. Si el manillar hablara...Entramos, no encendimos la luz, no hacía falta. Le desabroché uno a uno los botones de la camisa negra, deslizando mi mano desde su abdomen suavemente abriendo paso entre su pantalón. Toqué su bello y enseguida agarré su hinchado sexo como si el mundo fuera ha acabarse en breves instantes. Tras probar su ardiente sabor le dejé totalmente desnudo, iba a quitarme el vestido, que era la única prenda que me quedaba, cuando me pidió que me lo dejara puesto. Me abrazó por detrás y me agarró fuertemente los pechos conduciéndome hacia la ventana con vistas al mar. La fuerte brisa refrescó mi cara mientras dulcemente me mordió el hombro. Sentí como sus manos inclinaron mi espalda hacía el vacío, y tras un breve movimiento en mi vestido noté como su pene se adentraba con una pasión inusitada. El fuerte vaivén bajo la Luna nos sumió en el más absoluto placer. Fuimos uno. Lentamente comenzó a deslizarse por mis piernas aquel fluido. Con los pómulos enrojecidos por la satisfacción y la vergüenza, me dirigí al baño a darme una ducha...
-Estás hermosa...pero mis amigos me estarán esperando, voy a llamarles a ver si me pueden recoger.
-De acuerdo, voy a ducharme mientras, pero si llaman no abras porque si son mis amigos prefiero que me vean antes a mi, sino que corte...
Me metí en la ducha enjabonándome con suavidad, necesitaba relajarme un poco y también recrearme en lo que había sucedido...Sonó el timbre...-¡Espera!, sólo 1 minuto por favor. - Pero no me contestó. Oí su voz y otra voz masculina que me sonaba, será uno de sus amigos. Mira que le dije que no abriera pensé. Comencé a darme prisa. No me hacía gracia estar desnuda con un desconocido al otro lado del cuarto de baño. De pronto tuve la sensación de que estaban discutiendo. No me dio tiempo a vestirme, salí con la toalla alrededor del cuerpo y le vi. Era Fernando. Se oían insultos...
-¡Pero qué coño te pasa tío! ¡Cómo cojones te presentas así...te dije que no, joder!
-¿Qué pasa Eric?
-Te diré yo lo que pasa, que tu querido Eric no quiere que nos lo montemos los tres, no te quiere compartir...qué gilipollas, ¿te has enamorado inútil? quedamos en que nos avisarías y subiríamos a montárnoslo todos con la puta borracha esta...
-¿Pero que dice este tío? sácalo ahora mismo de aquí.
-¡Eh, ahora la zorrita te mangonea!
-Deja de insultarla tío y vete de aquí...-Apenas terminó de pronunciar esa frase Fernando le pegó un puñetazo a Eric que lo dejó aturdido, alcancé a chillar, pero nadie me oyó, enseguida un fuerte escozor me invadió la mejilla y noté como mi cabeza daba contra el suelo. Lo siguiente que recuerdo, es más una intuición que un recuerdo nítido, Eric estaba a mi lado en el suelo, parecía inconsciente porque no se movía a pesar de las patadas que estaba recibiendo en el estómago. Su tormento cesó, pero enseguida sentí como me ahogaba, era Fernando que me estaba levantando por el cuello. Me tiró a la cama. Intenté quitármelo de encima, pero no pude. Se me clavó en la retina la hora del reloj: eran las 6 y 20 de la mañana. La discoteca cerraba a las 6, pensé que con suerte abrirían pronto la puerta mis amigos y me salvarían, pero se abrieron treinta minutos más tarde. Nos encontraron a los dos ensangrentados. Consiguieron reanimar a Eric. No quisimos ir al hospital. No mediamos palabra. Rober y Alberto le acompañaron a un taxi. Sandra y Laura me dieron un baño y desinfectaron los cortes y magulladuras.
Nunca me había alegrado tanto de que mis padres me estuvieran pagando un piso en Madrid, así los 400 y pico kilómetros que nos separaban hicieron que nunca supieran lo que sucedió esa noche. No quería tener que dar explicaciones de cómo sucedió. No denuncié. En cierto modo estaba avergonzada. Quiero olvidarlo. Pero, ¿cómo olividar a Eric?

lunes, 9 de julio de 2012

El Niño Escoria. (Parte 1)

Las hipnóticas pupilas de los ojos de Filippe, de 13 años de edad, se posaban de una forma continua y embelesada en las vertiginosas vueltas que describían las burbujas de la leche con Cola-Cao que giraban en el diminuto universo de su taza favorita. Para quienes no conocieran a Filippe ni jamás le hubieran visto, no habrían podido imaginar que esta criatura tuviera un nombre, un origen y una corta edad. Es seguro que en vez de ver lo que ven mis ojos: sencillamente un niño embriagado por la felicidad de tomar una rica bebida caliente,  sólo podrían contemplar a una suerte de despojo humano, viejo, de mirada lunática y carente de habla.
Era ya el tercer día que me tocaba vigilar el  comedor de aquel centro de menores y no podía clavar la vista en otro niño que no fuera él. Tanto es así que esa misma tarde a las cinco en punto, hora en la que acababa mi turno, el director, quien gozaba de un paz interna difícil de alterar, apenas pudo contener su rabia cuando reclamó mi presencia en su despacho.
- Cristina -me dijo intentando contener su decepción- llegaste a este centro  con unas notas excelentes y muy recomendada por tus profesores de la carrera. Parecía que ibas a hacer, en consecuencia, un trabajo igualmente excelente para este centro, teniendo en cuenta además tu especialización y cuando de verdad tienes que demostrar todo tu potencial, te distraes como si fueras una adolescente enamorada por vez primera. ¿Pero en qué estabas pensando para permitir que Hassan, delante de tus propias narices, se abalanzara de esa forma sobre Helena? Sabes perfectamente que Hassan estaba bajo tu tutela directa para procurar que se fuera integrando poco a poco con el resto de chicos. 
- Lo se, lo se, no sabes cuánto lo siento, estoy muy avergonzada. ¿Ella cómo se encuentra? La he intentado ver, pero...
- No me vengas ahora con arrepentimientos y con preguntas.Tenemos una niña aterrorizada de 10 años que ha tenido un ataque de pánico y la están atendiendo en enfermería con un derrame en el ojo por el golpe que Hassan le propinó en el forcejeo, quién por cierto estará aislado durante 1 mes. Faltaría más. Tienes suerte de que Helena vaya a estar bajo nuestro cuidado de forma indefinida. Porque sabes perfectamente que si algún familiar apto para su adopción la reclamara, en este momento se nos caería el pelo y tu perderías tu empleo de forma automática.
- Juan no te haces una idea de cuánto lo siento y...
- Ni y ni o, el daño ya está hecho. Y ahora ¿se puede saber qué es eso tan importante que te distraía tanto?

lunes, 25 de junio de 2012

Sus Límites

Sospechar dulces fantasmas en sueños
con la forma de su rostro,
intentando hacerlo material
tras el roce de un beso al viento
y levantarme llena de estupor por aquella irrealidad.
Convertir mi alma en un sollozo
cuando comprendo
que no todas sus horas son de mi propiedad
y poner tiempos de destierro
entre nuestros cuerpos
sabiendo que cada segundo me consume.
Entender en la imposibilidad de su finitud
los límites de nuestra propia existencia,
unos puntos entre la multitud.
Su realidad, mi realidad,
me destruye
y niego la prueba en mis creencias.